Hart Crane

Las travesías

Traducción de Tomás Browne y Rita Drpic

Un hombre joven vestido con camiseta y pantalones claros, inclinado contra una pared en una azotea, con un puente al fondo en un entorno urbano.

Hart Crane, poeta emblemático de los Estados Unidos, nacido en 1899 y muerto en 1932, corresponde a la generación de poetas de Ezra Pound y T.S Eliot, aunque indiferente a ellos. Con excepción de su libro más conocido y estudiado, El puente, que, según el propio Crane, es «una síntesis mística de América» (el continente), no ha sido muy leído por la comunidad hispanohablante como lo son aún sus precursores: Emerson, Whitman, Emily Dickinson, Wallace Stevens. Este hecho puede deberse a lo que él llamaba «la lógica de la metáfora» –en que las emociones le ruegan un sentido diferente al significado– que está expresado con claridad en los últimos versos de la última travesía (VI): «La Palabra imaginada es la que sostiene / a los callados sauces anclados en su brillo». Y por esto puede entenderse la complejidad hermética que encierra su obra y, por lo mismo, no ha sido aún traducida como totalidad. Nosotros, ahora, presentamos «Voyages» un poema dividido en seis partes de su libro White Buildings (Construcciones blancas), recogidos en Los poemas completos de Hart Crane– que hemos traducido por «Las travesías» y no por «Viajes», por parecernos más abierto y evocativo el título, en cuanto hay en las seis partes del poema una velada dimensión erótica (¿un homenaje al marinero Emil Oppfer, el amor no correspondido de su vida?). De alguna manera, el espíritu de Hart Crane estaba poseído por el mar y su carne era la provocación de los marineros. Ésta fue su continua borrachera, su mareo -«el fondo del mar es cruel»-, su ser ido, su paso por México, sus relaciones amorosas, el «Adiós a todos» borda abajo en el mar Caribe; en fin, sus imágenes, metáforas, versos, levantándose igual que una tromba o un revoloteo de cópulas, en las que es posible saber que el mar fue su espejo más fiel, y su voz de albatros en celo. 

Tomás Browne y Rita Drpic

Las travesías

I

Sobre los frescos rugidos de la rompiente

los erizos de bandas brillantes se despellejan con la arena. 

Han tramado una conquista de cáscaras de concha,

y sus dedos desmenuzan fragmentos de alga horneada

cavando y esparciendo alegremente.

Y en respuesta a sus agudas interjecciones

el sol da un toque de rayos sobre las olas,

las olas inclinan el trueno sobre la arena;

y si pudieran oírme yo les diría:

Oh, lúcidos niños, jueguen con su perro,

acaricien sus conchas y palos, desteñidos

por el tiempo y los elementos; pero hay una línea

que no debes cruzar ni jamás confiarte más allá de ella,

de los ágiles cordajes de sus cuerpos a caricias

demasiado fieles a los líquenes de un pecho demasiado amplio.

El fondo del mar es cruel.

II

–Y todavía este gran parpadeo de la eternidad,

de inundaciones sin borde, sotaventos desatados,

samita laminada y peregrinada donde

su vasta barriga ondinal se inclina hacia la luna,

riéndose de las envueltas inflexiones de nuestro amor;

toma este mar, cuyo diapasón se doblega

en volutas de frases de un plateado níveo

el terror imperial de cuyas reuniones se desgarra

según se comporte bien o mal,

todo menos las devociones de las manos de los amantes.

Y hacia delante, mientras las campanas frente a San Salvador

saludan los azafranados brillos de estrellas,

en estas praderas de poinsetias[i] de sus mareas,–

adagios de islas, oh, mi Pródiga,

completan las confesiones oscuras que sus venas pronuncian.

Nota cómo sus hombros que giran envuelven las horas,

y se apuran mientras sus míseras palmas ricas

pasan sobrescrito de espuma y ola inclinada,–

se apuran, mientras son verdaderas, –sueño, muerte, deseo,

se cierran un instante en una flor flotante.

Únenos a tiempo, oh, Estaciones claras, y teme.

Oh, galeones trovadores del fuego del Caribe,

no nos legues a una orilla terrenal hasta que

halle respuesta en la vorágine de nuestra tumba

la amplia mirada de espuma de la foca hacia el paraíso.

III

Arrastra una infinita consanguineidad–

este tierno tema tuyo que la luz

recupera de las llanuras del mar donde el cielo

abandona un pecho que cada ola entroniza;

mientras los encintados pasillos de agua por los que serpenteo

son bañados y salpicados sin ningún golpe

lejos de ti, donde a esta hora

el mar levanta, también, manos relicarias.

Y así, admitidos a través de turgentes portones negros

que de otro modo deben detener toda distancia,–

pasando pilares arremolinados y frontones ágiles,

luchando la luz allá incesantemente con la luz,

¡estrella besando estrella de ola en ola

sobre tu cuerpo oscilante!

                                     Y donde la muerte, si se derrama,

no presume matanza, sino este único cambio,–

sobre el empinado piso lanzado de alba a alba

la transmembrada sedosa habilidad de la canción;

permíteme travesía, amar, en tus manos…

IV

Cuya sonrisa contada de horas y días, supongo

que la conozco como el espectro del mar y prometo

vastamente ahora despidiendo golfo sobre golfo de alas

cuyo puente de círculos, lo sé, (desde las palmas a la severa 

y helada inmutabilidad blanca de los albatros)

no hay corriente de mayor amor avanzando ahora,

cantando, que esta mortalidad única

fluyendo en la arcilla inmortalmente hacia ti.

Toda la fragancia irrefragablemente, y claman

locamente encontrarse lógicamente en esta hora

y la región que es nuestra para entrelazar de nuevo,

ojos y labios que presagian y haciendo contar

el puerto del presbiterio y la porción de nuestro junio–

¿No se detendrán y cocerán en nuestros propios pasos

brillantes estrofas de flores y plumas hoy día como yo

debo primero perderme en mareas fatales para contarlo?

En firma de la palabra encarnada

los hombros de la bahía resignándose a mezclar

la sangre mutua, transpirando como ha previsto

y ampliando el medio día dentro de tu pecho para juntar

todas las insinuaciones brillantes que mis años han cogido

por islas donde debe llevar inviolablemente

latitudes y niveles azules de tus ojos, –

en esto expectante, todavía exclamo recibir

el remo secreto y pétalos de todo amor.


V

Meticuloso, pasada la medianoche en rima clara,

inquebrantable y solitario, suave como 

fundido en una despiadada hoja blanca–

los estuarios de la bahía salpican los duros límites del cielo.

-¡Como si fuera demasiado frágil o claro para tocarlo!

Los cables de nuestro sueño tan rápidamente alineados,

ya cuelgan, extremos despedazados de recordadas estrellas.

Una sonrisa helada sin huella… ¿Qué palabras

pueden estrangular esta sorda luz de luna? Porque nosotros

estamos sobrepasados. Ahora no hay grito, ni espada

que puedan apretar o soltar esta cuña de marea,

lenta tiranía de la luz de la luna, luz de luna amada

y cambiada…«Nada hay

como esto en el mundo», dices tú,

sabiendo que no puedo tocar tu mano y mirar

también, en esa impía hendidura del cielo

donde nada torna sino brillantes arenas muertas.

«– ¡Y nunca para comprender cabalmente!» No,

no soñé en toda la nave de tu brillante pelo 

nada tan sin bandera como esta piratería.

                                            Pero ahora

retira tu cabeza, solo y demasiado alto aquí.

Tus ojos ya en el sesgo de la flotante espuma;

tu hálito sellado por los fantasmas que no conozco:

retira tu cabeza y duerme el largo camino a casa.

VI

Donde se alzan helados y brillantes calabozos

de nadadores sus perdidos ojos matutinos

y los ríos oceánicos, agitados, desvían

los bordes verdes bajo cielos extraños,

constante como una concha secreta

sus azotadas leguas de monotonía,

o tantas aguas abaten la roja contraquilla

del sol pasada la piedra húmeda del cabo;

oh, ríos mezclándose hacia el cielo

y bahía del pecho de Fénix–

mis ojos ennegrecidos contra la proa,

–tu negligente y enceguecido huésped

esperando, ardiendo, qué nombre, no pronunciado,

no puedo reclamar: deja que tus olas se encabriten

más salvaje que la muerte de los reyes

alguna despedazada guirnalda para el vidente.

Más allá de la cosecha del siroco

los truenos del solsticio, arrastrándose

como un acantilado balanceándose o una vela

lanzada en el día más recóndito de abril– 

la palabra alegre, apetalada, de la creación

a la diosa holgazana cuando se levantó

concediendo diálogo con ojos

que sonríen al reposo que no puede buscarse–

todavía un pacto ferviente, Bella Isla,

–desdobló los tablados flotantes ante

los cuales los arco iris ondulan un cabello continuo–

Bella Isla, ¡blanco eco del remo!

La Palabra imaginada es la que sostiene

los callados sauces anclados en su brillo.

Es la respuesta que no puede traicionarse

cuyo acento ningún adiós puede conocer.

[i] La Poinsettia (Euphorbia pulcherrima), también llamada corona del inca o flor de Pascua, es una planta originaria de la zona tropical de México. Hart Crane residió en este país, donde se acuñó el término «poinsetismo», en referencia al botánico y embajador de los Estados Unidos Joel Robert Poinsett, para referirse a la interferencia extranjera en los asuntos internos de un país.  

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TOMÁS BROWNE (1982), ha traducido la poesía de E.E.Cummings, Poemas (Chancacazo Publicaciones, 2015). Es autor de los libros de poesía Trazar con voz (Foro de Escritores, 2004), Excursión a los sucesos (Editorial Luciérnaga, 2008), Revelaciones de un cuidador de inicios (Premio de poesía latinoamericana transgresora, México, Verso Destierro, 2012) Las semillas de Urano (Editorial Comba, 2014). En la actualidad, trabaja en la traducción de The Complete Poems de Hart Crane.   

RITA DRPIC (1932) es pedagoga en inglés y traductora. Ha estado becada en los Estados Unidos y vive en Punta Arenas, Chile.

Publicado el 26/07/2015

Voyages

 


I

Above the fresh ruffles of the surf

Bright striped urchins flay each other with sand.

They have contrived a conquest for shell shucks,

And their fingers crumble fragments of baked weed

Gaily digging and scattering.

And in answer to their treble interjections

The sun beats lightning on the waves,

The waves fold thunder on the sand;

And could they hear me I would tell them:

O brilliant kids, frisk with your dog,

Fondle your shells and sticks, bleached

By time and the elements; but there is a line

You must not cross nor ever trust beyond it

Spry cordage of your bodies to caresses

Too lichen-faithful from too wide a breast.

The bottom of the sea is cruel.

II

― And yet this great wink of eternity,

Of rimless floods, unfettered leewardings,

Samite sheeted and processioned where

Her undinal vast belly moonward bends,

Laughing the wrapt inflections of our love;

Take this sea, whose diapason knells

On scrolls of silver snowy sentences,

The sceptred terror of whose sessions rends

As her demeanors motion well or ill,

All but the pieties of lovers’ hand.

And onward, as bells off San Salvador

Salute the crocus lustres of the stars,

In these poinsettia meadows of her tides, ―

Adagios of islands, O my Prodigal,

Complete de dark confessions her veins spell.

Mark how her turning shoulders wind the hours,

And hasten while her penniless rich palms,

Pass superscription of bent foam and wave, ―

Hasten, while they are true, ― sleep, death, desire,

Close round one instant in one floating flower.

Bind us in time, O Seasons clear, and awe.

O minstrel galleons of Carib fire,

Bequeath us to no earthly shore until

Is answered in the vortex of our grave

The seal’s wide spindrift gaze toward paradise.

III

 

Infinite consanguinity it bears ―

This tendered theme of you that light

Retrieves from sea plains where the sky

Resigns a breast that every wave enthrones;

While ribboned water lanes I wind

Are laved and scattered with no stroke

Wide from your side, whereto this hour

The sea lifts, also, reliquary hands.

And so, admitted through black swollen gates

That must arrest all distances otherwise, 

Past whirling pillars and lithe pediments,

Light wrestling there incessantly with light,

Star kissing star through wave on wave unto

Your body rocking!

                                   And where death, if shed,

Presume no carnage, but this single change, ―

Upon the steep floor flung from dawn to dawn

The silken skilled transmemberment of song;

Permit me voyage, love, into your hands …

IV

Whose counted smile of hours and days, suppose

I know as spectrum of the sea and pledge

Vastly now parting gulf on gulf of wings

Whose circles bridges, I know, (from palm to the severe

Chilled albatross’s white immutability)

No stream of greater love advancing now

Than, singing, this mortality alone

Through clay aflow immortally to you.

All fragrance irrefragably, and claim

Madly meeting logically in this hour

And region that is ours to wreathe again,

Portending eyes and lips and making told

The chancel port and portion of our June ―

Shall they not steam and close in our own steps

Bright staves of flowers and quills today as I

Must first be lost in fatal tides to tell?

In signature of the incarnate word

The harbor shoulders to resign in mingling

Mutual blood, transpiring as foreknown

And widening noon within your breast for gathering

All bright insinuations that my years have caught

For islands where must lead inviolably

Blue latitudes and levels of your eyes, ―

In this expectant, still exclaim receive

The secret oar and petals of all love.

V

 

Meticulous, past midnight in clear rime,

Infrangible and lonely, smooth as though cast

Together in one merciless white blade ―

The bay estuaries fleck the hard sky limits.

― As if too brittle or too clear to touch!

The cables of our sleep so swiftly filed,

Already hang, shred ends from remembered stars.

One frozen trackless smile…what words

Can strangle this deaf moonlight? For we

Are overtaken. Now no cry, no sword

Can fasten or deflect this tidal wedge,

Slow tyranny of moonlight, moonlight loved

And changed … ”There’s

Nothing like this in the world”, you say,

Knowing I cannot touch your hand and look

Too, into that godless cleft of sky

Where nothing turns but dead sands flashing.

“― And never to quite understand!" No,

In all the argosy of your bright hair I dreamed

Nothing so flagless as this piracy.

                                      But now

Draw in your head, alone and too tall here.

Your eyes already in the slant of drifting foam;

Your breath sealed by the ghosts I do not know:

Draw in your head and sleep the long way home.

VI

 

Where icy and bright dungeons lift

Of swimmers their lost morning eyes,

And ocean rivers, churning, shift

Green borders under stranger skies,

Steadily as a shell secretes

Its beating leagues of monotone,

Or as many waters trough the sun’s

Red Kelson past the cape’s wet stone;

O rivers mingling toward the sky

And harbor of the phoenix’ breast ― 

My eyes pressed black against the prow,

― thy derelict and blinded guest

Waiting, afire, what name, unspoke,

I cannot claim: let thy waves rear

More savage than the death of kings,

Some splintered garland for the seer.

Beyond siroccos harvesting

The solstice thunders, crept away,

Like a cliff swinging or a sail

Flung into April’s inmost day ―

Creation’s blithe and petalled word

To the lounged goddess when she rose

Conceding dialogue with eyes

That smile unsearchable repose ―

Still fervid covenant, Belle Isle,

― unfolded floating dais before

Which rainbows twine continual hair ―

Belle Isle, white echo of the oar!

The imaged Word, it is, that holds

Hushed willows anchored in its glow.

It is the unbetrayable reply

Whose accent no farewell can know.