Bianca Tarozzi

Hermanas

Traducción de Juan Pablo Roa

Podemos encontrar los últimos poemas de Bianca Tarozzi en un  cuadernillo de cubierta fallida que no hace justicia al título: La señora de porcelana (ediciones Di Felice). Era necesario algo de color, mayor movimiento, más aire. Se trata de dieciocho poemas, más bien breves en su mayoría, como no suele suceder por lo general con Bianca Tarozzi, original y conocida en particular por su sorprendente capacidad para componer poemas narrativos, nouvelles en verso. He leído y apreciado de manera especial todos sus libros, desde el primero –publicado hace ya veinticinco años–, hasta el último, El teatro viviente –que yo mismo publiqué en 2007, cuando dirigía la colección literaria de la nueva Scheiwiller–. También estos poemas son inconfundibles por su felicidad. ¿Es posible afirmar en serio algo semejante de un poeta contemporáneo? Quizá sea posible, pero raro. La musa dominante durante más de un siglo en poesía ha sido la angustia, no la felicidad. Los pocos poetas que han sido excepción han sido los más narrativos y más descriptivos, como por ejemplo, Gozzano, Saba, Bertolucci, los inventores de una microépica del presente o del pasado, atiborrada de escenas, lugares desaparecidos, figuras e historias de aquellos tiempos, espacios definidos, objetos en desuso, nombres propios, fábulas de identidad, con una nostalgia estática de momentos idílicos. Y todo esto en verso. Quiero decir, en versos, versos regulares, reconocibles, los más practicados y practicables en lengua italiana, dóciles como simples e ineludibles utensilios domésticos: con prevalencia de endecasílabos, frecuentes los heptasílabos, de vez en cuando un quinario, a veces una rima. Parece como si Bianca Tarozzi hubiese aprendido de los ingleses y de los estadounidenses (a quienes ha traducido) a aceptar la alegría de comunicarse con versos de «sentido común», ni sublimes ni sibilinos. Es ésta la alegría que de inmediato aferra el lector: la alegría de trasgredir una norma o convención actual (la poesía acertijo en versos libres) para reencontrar una en desuso, como cuando se encuentra un tesoro fabuloso escondido en la buhardilla: la lengua de un microcosmos familiar, infantil y remoto, sustraído a la tiranía del presente.

Alfonso Berardinelli

Hermanas

  

Ella, no era

bien lo recuerdo,

en absoluto como yo,

ni siquiera en ese momento.

Era morena,

flacucha, de caderas

estrechas, grácil.

Yo, todo lo contrario.

Ella saludable, yo enferma.

Ella recta y yo encorvada.

Andaba

sin sospechar jamás

adónde llegaría

su recorrido.

Yo, rodeada de mapas,

atenta, circunspecta,

precavida, fuera de mí.

Sus líos,

¿quién se los deshacía?,

¿quién cancelaba

sus deudas?

Críticas por enjambres

como avispas en torno

acusaciones importunas,

fastidiosas, desapacibles,

recíprocas.

Ella detesta las prisiones,

las constricciones

perspicaces. La noche

es solamente suya:

regresa soñolienta ,

arrugada, greñuda,

inventa historias

especialmente absurdas.

La ha seguido uno:

un tipo de cabeza encapuchada.

No, no, mejor así:

¡empaquetada!

Eran un grupo,

todos amigos.

¡Y este tipo entra al teatro

con la cabeza envuelta,

toda misterio, invisible!

No era Carnaval

por lo que la inocentada no vale.

¿Y quién era ese fulano

y por qué estaba ahí sentado

en el cine con ellos,

la cabeza dentro de un saco?

Era mi padre, me responde.

¿Solamente suyo, no mío?

La historia es incomprensible:

murió hace ya veinte años

me digo, para hallar una razón.

Ella aprovecha la ocasión

para contradecirlo todo.

Con todo, tú que huyes,

que estás

cerca o lejos

de mí, Morgana,

has existido en otra parte,

mi hermana,

incomprensiblemente

enemiga de mí,

a quien hace veinte años no comprendo,

antigua,

turbia mujer

a quien he regalado

un trozo de pasado:

el mío y tuyo.

Recorres vastos caminos ignotos,

calles sin explorar,

metes los pies

en el cieno, el único

retazo sin pavimentar

de la ciudad:

¡del légamo el pie

diminuto, calzado,

vuelve incólume, limpio!

Dentro de la iglesia

barroca donde has

entrado por casualidad

«Un monaguillo»,

me dices, «no, un duendecillo,

danzaba con traje ondulante».

Nadie ve lo que tú.

Hablas de tus amores

(nadie te ha preguntado),

los que fueron felices,

unos cuantos instantes:

vosotros, vecinos, amantes,

adormilados.

No envejeces jamás:

tan sólo yo.

Y ahora ¿dónde estás,

qué estás tramando?

Te espero

en el salón

principal en el que dormito

en el sillón: tú

en prados de amapola en los que

el sol cae a pico y la abeja

danza feliz

en mí no piensas.

Tú existes en algún lugar,

desamorada amiga,

mientras que yo

me siento junto a mí

en la vida.


Miranda

Hoy Miranda

me dice que ha encontrado

en la habitación

a una extraña criatura

peluda (pelo largo)

afectuosa, pulgosa

¡y quería abrazarla

a toda costa!

Excesivo, el afecto

embarazoso.

O repulsivo.

¿Era tal vez

un pastor bergamasco?

No, no, más grande.

¿Un orangután? ¿Un mandril?

Tenía el pelo largo

¿Más largo?

Un sky terrier

Levanta los hombros

No piensa volver

a su habitación

cambiará de alojamiento.

Del monstruo no hay huella:

lo ha soñado.

Me dice: «He visitado

una iglesia toscana a rayas azules».

«¿Horizontales?»

«Sí. ¿Tú la has visto?»      

«Aquí no.»

«Es muy amplia,

es como una basílica.

Y dentro, en lo alto

hay un pasaje:

es largo el muro

y la recorre a los lados.

Estaba abajo, ¿y a quien veo

allá encima?

Precisamente a ella, a Alfonsina.

¿La recuerdas?

Ahí, al lado del pasamanos.

Yo que estaba abajo

la he llamado un buen rato.

Le gritaba: “¡Alfonsina!”.

»Pero ella no me veía,

no me oía».

Mientras lo dice

empieza a estar ronca.

«¡Ella arriba y yo abajo!

¿La encontraré alguna vez?

Quedo abatida:

¿qué es, que será

Alfonsina para ella

como para llorar?

¿Y por qué la otra arriba

y ella abajo?

Y por qué tan afligida

Miranda, y además por qué

me lo cuenta? ¿Qué hacer?

¿Reconfortarla? ¿Ignorarla?

Ella vive siempre en otra parte,

ella no me ve

y si me ve dice

cosas muy desagradables.

Por ejemplo: «Te encuentro

de miras un poco estrechas,

un poco anticuada...

Invernal, diría,

incluso en mayo.»

Entretanto ya es marzo

y mi hermana

con insólito fasto

se pone mi chal

bermellón

una bufanda naranja

verde, carmín y azul.

De muy buen humor

pasea por la ciudad

fingiendo ser yo

llena de sí.

__________

BIANCA TAROZZI (Bolonia, 1941) es autora, entre otros, de los libros de poesía Il teatro vivente (2007), La signora di porcellana (2012), Tre per dieci (2013) y Canzonette (2016). Su obra no ha sido traducida hasta ahora al español. Ha estudiado la obra de Jean Rhys, Robert Lowell y, recientemente, de André Gide y Charles Du Bos. Ha traducido la obra de Elizabeth Bishop, Emily Dickinson, Richard Wilbur, Lewis Carol y A.E. Housman. Es también autora de libros para niños en verso y prosa.

JUAN PABLO ROA (Bogotá, 1967) es autor de los libros de poesía Ícaro (Bogotá, 1989), Canción para la espera (Bogotá, 1993), El basilisco (Ediciones sin nombre, México, 2008) y Existe algún lugar en donde nadie (Lleonard Muntaner, Palma de Mallorca, 2010), con el que obtuvo el XXXV premio de poesía Vila de Martorell.  Ha publicado su poesía reunida hasta el 2022 en La mano que escribe (Ril Editores, 2022). Ha traducido la poesía de Amelia Roselli (Poesías, Ígitur, 2004), Anna Maria Giancarli (Arqueología del presente, Peccata minuta) y Antonella Anedda (Desde el balcón del cuerpo, Vaso Roto, 2014).

Publicado el 06/07/2017

Sorelle

Lei, lo ricordo 

benissimo, non era

aff atto come me,

nemmeno allora.

Lei era bruna,

magretta, stretta

di vita, snella.

Io il contrario.

Lei sana, io malata.

Lei dritta, io piegata.

Lei camminava

senza mai sapere

dove andava a fi nire

la sua strada.

Io con le mappe,

attenta, circospetta,

previdente, smagata.

I suoi pasticci

chi li riparava?

Chi li pagava

i debiti contratti?

Critiche a sciami

come vespe intorno,

moleste accuse

dispettose, aspre,

reciproche.

Lei odia le prigioni,

le nascoste

costrizioni. La notte

è solamente sua:

torna assonnata,

sgualcita, scarmigliata

e fa racconti

propriamente assurdi.

Un tale l'ha seguita:

un tale con la testa incappucciata!

No, non proprio:

incartata come un pacco!

Erano in gruppo,

c'erano gli amici.

E al cinema costui

è entrato con la sua testa incartata,

misteriosa, invisibile!

Non era Carnevale

e lo scherzo non vale.

E chi era quel tale

e perché era seduto

al cinema con loro

la testa dentro un sacco?

Era mio padre, mi risponde lei.

Soltanto suo, non mio?

La storia è indecifrabile:

è morto da vent'anni,

mi ripeto per darmi una ragione.

Lei coglie l'occasione

e ribadisce il tutto.

Eppure tu che fuggi

tu che esisti

o vicina o lontana

da me, Morgana,

sei esistita altrove,

mia sorella,

incomprensibilmente

mia nemica,

che da vent'anni non capisco,

antica

confusa donna

a cui ho regalato

un pezzo di passato:

il mio, il tuo.

Percorri vaste strade sconosciute,

le strade non battute,

metti i piedi

nella melma nel solo

punto non asfaltato

della città:

dalla fanghiglia il piede

minuscolo, calzato,

esce intatto, pulito!

Nella chiesa

barocca dove sei

entrata casualmente

"Un chierichetto",

mi dici, "no, un folletto,

danzava con le vesti svolazzanti!"

Nessuno vede le cose che tu vedi.

Racconti i tuoi amori

(Nessuno te l'ha chiesto),

quei felici,

quei pochi istanti:

voi, vicini, amanti,

addormentati.

Tu non invecchi mai:

soltanto io.

Ed ora dove sei,

cosa prepari?

Ti aspetto

nel salotto

buono dove dormicchio

sulla poltrona: tu

in prati di papaveri su cui

il sole è a picco e l'ape

danza felice

non mi stai pensando.

Tu esisti in qualche luogo,

disamorata amica,

mentre io

siedo accanto a me stessa

nella vita.




Miranda

Oggi Miranda

mi dice che ha trovato

nella stanza

una strana creatura

pelosa (pelo lungo),

affettuosa, pulciosa,

che voleva abbracciarla

a tutti i costi!

Eccessivo, l’affetto,

imbarazzante.

O repellente.

Era forse

un pastore bergamasco?

Ma no, più grande.

Un orango? Un mandrillo?

Aveva il pelo lungo.

Più lungo?

Uno sky terrier?

Alza le spalle.

Non intende tornare

nella sua stanza:

cambierà d’alloggio.

Del mostro non c’è traccia:

l’ha sognato.

Mi dice: “Ho visitato

una chiesa toscana a strisce blu.”

“Orizzontali?”  

“Sì. L’hai vista tu?”

“Non qui.”

“E’ molto vasta,

è come una basilica.

E dentro, in alto

in alto, c’è un passaggio:

è lungo il muro

e la percorre ai lati.

Ero in basso, e chi vedo

lassù in cima?

Proprio lei, l’Alfonsina.

La ricordi?

Lì accanto alla ringhiera.

Io ch’ero in basso

l’ho chiamata a lungo.

Le gridavo: “Alfonsina!”

Ma lei non mi vedeva,

non sentiva.”

Mentre lo dice

ha già la voce roca.

“Lei in alto e io giù!

L’incontrerò mai più?”

Resto sgomenta:

cosa, che cosa è mai

Alfonsina per lei

che debba piangerne?

E perché quella è in alto

e lei in basso?

E perché così afflitta

Miranda, e poi perché

Lo dice a me? Che faccio?

Confortarla?  Ignorarla?

Lei vive sempre altrove,

lei non mi vede

e se mi vede dice

cose sgradevolissime.

Ad esempio: “Ti trovo

di mente un po’ ristretta,

un po’ antiquata…

Invernale, direi,

perfino a maggio.”

Intanto adesso è marzo

e mia sorella

con insolito sfarzo

mette la mia mantella

vermiglione,

un foulard arancione,

verde, carminio e blu.

D’ottimo umore

Gira per la città

fingendo d’esser me,

piena di sé.