George Santayana

Cape Cod

Traducción de Daniel Moreno

Devuelvo a la tierra cuanto la tierra me dio

Aunque nació en Madrid en 1863 y falleció en Roma en 1952, donde reposan sus restos, Jorge Santayana estuvo siempre muy vinculado a Ávila —donde vivía su padre, Agustín, a quien que visitó regularmente entre 1883 y 1893 y su hermanastra Susana— y a Harvard, de cuyo paso de college a university él fue testigo siendo primero alumno (1882-1889) y luego profesor (1889-1912). Su estancia en Boston, desde los siete años, se debió a que su madre, Josefina Borrás, vivía allí, junto a la familia política de su primer matrimonio, los Sturgis, y sus otros tres hijos. Así que Santayana se formó en un ambiente bilingüe, híbrido, mirando, como el dios Jano, tanto a América como a Europa. A la muerte de su madre, decidió abandonar la docencia y Estados Unidos para viajar —Inglaterra, Francia, España, Italia— y escribir incansablemente. Porque fue poeta y crítico cultural, escribió sobre poesía, construyó un sistema filosófico con dos formulaciones: La vida de la razón (1905-1906) y Reinos del ser (1927-1942), y dos superventas: su novela, El último puritano (1935) y sus memorias Personas y lugares (1942-1953). Y no pueden olvidarse, sin ánimo de ser exhaustivo, sus Diálogos en el limbo, sus Soliloquios en Inglaterra y soliloquios posteriores o Dominaciones y potestades.

En cuanto poeta, Santayana publicó su primer libro de poemas en 1884, Sonnets and Others Verses, con veinte sonetos más otros poemas entre los que destaca «Cape Cod». En la segunda edición, de 1896, se añadieron 30 sonetos más.

Sobre la poesía reflexionó Santayana en su ensayo «Elementos y función de la poesía» perteneciente a Interpretaciones de poesía y religión (1900), donde aparece su famoso epigrama: «La religion es poesía convertida en guía de vida, poesía que sustituye a la ciencia o a la que se le superpone en tanto que aproximación a la realidad suprema. La poesía es religión con libertad de movimiento, carente de aplicación a la conducta y sin expresar culto alguno ni dogma», así como en La razón en el arte, vol. IV de su La vida de la razón (cuya publicación está prevista para 2026, en Krk).

Recientemente, el número anual de Limbo de 2025 (nº 45), está dedicado a Santayana como poeta. En los últimos años su poesía ha merecido también la atención por parte de Cayetano Estébanez Estébanez en Materiales para una utopía. Antología de poemas y dos textos de filosofía (MuVIM, València, 2009), por Alberto Zazo con su edición bilingüe de Sonetos, con Prólogo de David Pujante (Salto de página, Madrid, 2016), por Emma Guzmán Cabrera con su edición bilingüe de Poesías, con Prólogo de Oswaldo Guerra Sánchez (Mercurio Editorial, Madrid, 2021) y por Misael Ruiz y Santiago Sanz en El intelecto no está de moda (Animal Sospechoso, Barcelona, 2022).

Daniel Moreno

Cabo Cod

La arenosa playa baja y el delgado pino rastrero,

la amplia bahía y la larga línea del horizonte,

          ¡oh, qué lejos de casa!

La sal, el salado olor del espeso aire marino,

y los límpidos cantos pulidos por la marea,

          ¿cuándo llegará el oportuno barco?

Los horribles tocones negruzcos y quemados,

y la profunda tersa rodada donde giró la carreta,

          ¿por qué tan viejo el mundo?

La rompiente ola y el inmenso cielo gris

donde vuelan los cuervos graznando y las lentas gaviotas

          ¿dónde los muertos anónimos?

Los delicados sauces inclinándose junto a la ciénaga anegada,

un gran casco varado y un tronco flotando,

          ¡la pena con la vida comenzó!

Y entre oscuros pinos y por la llana orilla,

¡oh, el viento!, ¡y siempre el viento!

          ¿En qué nos convertiremos?

A «Cape Cod» le puso música Luis de Pablo 1994 (Voxnova Italia).

Una premonición. Cambridge, octubre de 1913

Muros grises, espacios abiertos, voces nuevas, dique ondulado,

os conozco bien: diez caras, por cada una

que pasa sonriendo, pueblan este sagrado lugar,

y nada que no haya sentido antes me aguarda aquí.

Suave viento húmedo, cielos de amplio y claro ocaso

renuevan mi espíritu desde la fuente de su gracia,

y una extraña pena me mueve a pasear

por estos caminos de sauces en este año otoñal.

Pronto, querida Inglaterra, pronto tus seculares sueños,

tus balbucientes camaradas, no serán tuyos más.

Desgracias desatadas en el mundo anegan tus cuidados ríos

e inundan, creo, tus torres; y las lágrimas surgen

como si una mano de hierro hubiera atenazado mi corazón,

pues el conocimiento es dolor, como el amor de antaño

El estudiante muerto en la batalla. Oxford, 1915

Suaves como la hierba bajo los pasos de sus sandalias,

o como el apenas ondulado río bajo el remo,

cuanto más delicadamente lo movía más reía,

eran su vida y las escasas palabras alegres que dijo.

A uno o dos poetas leía y releía;

a uno o dos amigos con juvenil ardor llevaba

cerca del corazón, olvidado del rancio saber

que el oráculo de Dodona murmurara desde lo alto.

¡Ah, demonios de la destrucción, echad un ojo

a lo que, tintineando vuestros triunfos, deshacéis!

Una vez que la tierra ganó, comienza vuestra larga angustia

de que nunca, nunca os dará él su bendición.

Temprano respiró el aire de esta clemente isla

y con ignoto señorío vio el azul.

La hora más sombría. Oxford, 1917

Apaga tu mortecina luz, la vigilia ha acabado.

Prontamente herido, la esperanza de sus heridas ha muerto.

Durante muchas noches reía, con la cabeza caída

sobre tu pecho, así que aquella valiente sonrisa que esbozaba

de sus ya cerrados labios aún no se ha borrado.

Basta: no mires más la mortal dulzura,

encerrada en ese osario, abre la puerta de par en par

y, mejor, contempla las estrellas que lo mataron.

El mundo es demasiado vasto para la esperanza. El necio sol

sale de nuevo y vuelve a inundar su esfera,

borrando con luz lo que ayer se hizo;

pero la inútil verdad, aunque muerta, sigue viviendo

y en la eterna noche, cruelmente clara,

una fría luna adorna la superficie del Aqueronte.

El testamento del poeta

Devuelvo a la tierra cuanto la tierra me dio,

todo como simiente, nada a la tumba.

Apagada está la vela, acabada la vigilia del espíritu;

adonde fueron los ojos no le ha de seguir lo visto.

Sólo os dejo el sonido de tantas palabras,

que acaso se oigan en ecos caricaturescos.

Al cielo le canté. El exilio me hizo libre,

de mundo en mundo me llevó, de todos los mundos.

Respetado por la Furias, pues benignas fueron las Parcas,

recorrí los adornados claustros de la mente;

toda época mi presente, todo lugar mi sitio,

ni miedo, ni esperanza, ni envidia mostró mi rostro.

Soplara la moda que soplara, mía hice la verdad de los antiguos,

y la amistad madurada en el rubor del vino,

y la sonrisa divina, de cuyo alado movimiento

se desprenden átomos de luz y lágrimas por las cosas mortales.

A las trémulas armonías del campo y la nube,

de la carne y el espíritu consagré mi culto.

Que la forma, que la música, que el omnivivificante aire

doten de belleza mi imperfecta oración.

Epitafio

Oh Juventud, oh Belleza, que nutríais la llama

que aquí se apagó, no musitéis el nombre de vuestro amante.

Él no yace aquí. Dondequiera que moréis de nuevo,

él ama otra vez, él muere otra vez en vosotras.

Coged rosas silvestres y trenzad coronas de laurel

para adornar vuestra gloria, no su falsa reputación.

En 1922, Santayana incluyó tres poemas al final de su Prólogo a Soliloquies in England and Later Soliloquies, movido por el dolor ante la Primera Guerra Mundial; sus títulos son «A Premonition. Cambridge, October, 1913», «The Under-graduate Killed in Battle. Oxford, 1915» y «The Darkest Hour. Oxford, 1917»; leídos hoy se cargan de nuevas asociaciones.

Cuando parecía que Santayana había abandonado la poesía, volvió a ella al final de su vida. En The Poet’s Testament: Poems and Two Plays (1953) aparecieron poemas sueltos y dos comedias en verso blanco «The Marriage of Venus» y «Philosophers at Court». Entre los poemas destacan el que le da título al libro, «The Poet’s Testament», y «Epitaph».

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DANIEL MORENO (Pozo Alcón, Jaén, 1961) es traductor y profesor de filosofía (1986-2023). Ha escrito Santayana filósofo. La filosofía como forma de vida (2007) y ha traducidos numerosos ensayos y libros de Santayana. En la actualidad está traduciendo los cinco volúmenes de La vida de la razón, que aparecen anualmente en la editorial ovetense Krk. Sobre Miguel Servet ha escrito Miguel Servet teólogo iluminado (2011) y tiene preparada una edición bilingüe de su opus magnum Christianismi restitutio/El cristianismo restituido.

Exchange

She goes out.

I stay in.

Now we have been

So long together

There’s no need

To share silence;

The old bed

Remains made

For two; spirits

Mate apart

From the sad flesh,

Growing thinner

On time’s diet

Of bile and gall.

A Marriage

We met

under a shower

of bird-notes.

Fifty years passed,

love’s moment

in a world in

servitude to time.

She was young;

I kissed with my eyes

closed and opened

them on her wrinkles.

‘Come’, said death,

choosing her as his

partner for

the last dance. And she,

who in life

had done everything

with a bird’s grace,

opened her bill now

for the shedding

of one sigh no

heavier than a feather.

Together

All my life

I was face to face

with her, at meal-times,

by the fire, even

in the ultimate intimacies

of the bed. You could have asked,

then, for information

about her? There was a room

apart she kept herself in,

teasing me by leading me

to its glass door, only

to confront me with

my reflection. I learned from her

even so. Walking her shore

I found things cast up

from her depths that spoke

to me of another order,

worshipper as I was

of untamed nature. She fetched

her treasures form art’s

storehouse: pieces of old

lace, delicate as frost;

china from a forgotten

period; a purse more valuable

than anything it could contain.

Coming in from the fields

with my offering of flowers

I found her garden

had forestalled me in providing

civilities for my desk.

‘Tell me about life’,

I would say, ‘you who were

its messenger in the delivery

of our child’. Her eyes had a

fine shame, remembering her privacy

being invaded from further off than

she expected. ‘Do you think

death is the end’? frivolously

I would ask her. I recall

now the swiftness of its arrival

wrenching her lip down, and how

the upper remained firm,

reticent as the bud that is

the precursor of the flower.

Comparisons

To all light things

I compared her; to

a snowflake, a feather.

I remember she rested

at the dance on my

arm, as a bird

on its nest lest

the eggs break, lest

she lean too heavily

on our love. Snow

melts, feathers

are blown away;

I have let

her ashes down

in me like an anchor.