Cristina Grisolía

El paisaje es un animal solitario

©Jordi Caba

La poética de Cristina Grisolía puede resumirse con una frase premonitoria del inicio de Levedad en la piedra en la que define el oficio de escribir: «La poeta, mientras tanto, saca partido de la confusión». Si hay una característica que congrega su poesía es la de una reflexión contemplativa desde los resquicios del diccionario convencional.

En su último libro, El paisaje es un animal solitario invita no sólo a la paradoja, sino a hacer una alto en el camino para observar el mundo desde quien lo habita; el paisaje no es animal, ni mucho menos «solitario»; el paisaje es tan sólo la mirada que lo funda.

El poema es la escritura de las emociones que no encajan dentro de las palabras que no recoge el acervo de palabras compartidas. De ahí la búsqueda paradójica de la palabra perfecta que no existe fuera del poema. Su mirada se detiene en lo concreto y palpable y traslada lo físico al pensamiento. ¿Y qué es lo que emerge ante esa contemplación íntegra y precisa? La imagen como una forma elemental de resistencia.

Juan Pablo Roa

En su deseo de claridad se convierte en pintora

extiende lienzos y cartulinas y afila

los pinceles.

Derribó la ventana del cuarto, por el boquete

la luz retrasa las penumbras; sombras llamadas adjetivos

cuando aún eran contrarios al silencio.

Aquello en que decir de otra forma es imposible

te hunde

hasta torcer como el brazo de un niño la palabra.

Ser implacable cansa, su deseo de claridad

se une a la confesión,

tal vez por el temor a no morir en paz

siendo amistosa y legible.

Los colores se ajustan a la forma.

El chillido, si hubo dolor, se aleja.

La finura del trazo convalida el cuerpo de la artista

aliviada y superpuesta, todo encaja

en materia extendida.

A Adán

Adonde tú tú y yo vamos no hay sombra, la luz

recubre plana el recorrido y nuestra pérdida de orientación

sin diagonal que mueva el mediodía.

La transparencia del follaje

hace sentir el vértigo de andar sobre un suelo de vidrio

sobre una arqueología de pequeñeces

en la casa del hombre.

Tomados de la mano la unión no se proyecta en la pared

no crea la línea y su nudo, puente colgante al vaivén de los pasos

adonde vamos, letras sueltas como farolillos taponan las palabras

y nos deleita el silencio.

Cuando las estrellas no acaban de caer

o acaso mi vista no las alcanza, la pregunta inevitable

sobre el deseo sobre la infinitud del deseo me conmueve.

Entonces llamo a los niños: ¡corran!

para llenar de alboroto el gran silencio. Il m’émeut, distancio el pensamiento

con palabras.

¡Allí, allí! Me indican el lugar donde cayó la estrella

là-bas, là-bas. Los niños se alejan

con su fe hacia la rama encendida, yo

detengo el pensamiento: branche.

Con brevedad y calma

Encendió la fogata por costumbre

ante el boquete de su casa

pero ya había olvidado

de qué debía protegerla el fuego

                 *

De una a otra mesa transporto

mis cuadernos, se levanta

un polvillo contra la luz apenas

al apoyar el lápiz. Las mesas

despejadas indulgentes

vacías

                 *

El maestro no leyó el libro

tampoco el alumno leyó el libro.

Sobre las letras

quedó inédito el poema

                 *

Su amor, su amado, había muerto

o era acaso su padre o su hijo.

Invadía tanto la ausencia

ya no podría decir cuál de ellos la vaciaba

                 *

Acolchados los bordes de la mesa

amortiguan el filo

mullen el antebrazo

insonorizan la escritura

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CRISTINA GRISOLÍA (Rosario, 1946) reside en Vilanova i la Geltrú desde 1980. Ha trabajado en el activismo feminista y social. Cofundadora de la revista Cronopio, estuvo también vinculada a El Escarabajo de Oro. Ha publicado Poemas de perfil (Cafè Central, 1995); Donde el progreso no existe y gozo (El Cep i la Nansa, 2004); Galope y canto (Papeles de Trasmoz, Olifante, 2014), Levedad en la piedra (Olifante Ediciones de Poesía, 2019) y El paisaje no es un animal solitario (Animal Sospechoso, 2023).

Publicado el 29/03/2023