R. S. Thomas

Como un ancla

Traducción de Misael Ruiz

R.S. Thomas

he dejado caer

sus cenizas en mí

como un ancla

R. S. Thomas (1913-2000) es una de las figuras más importantes de la poesía galesa escrita en lengua inglesa del siglo XX. Comenzó escribiendo poemas austeros sobre la vida rural del país de Gales, donde nació y fue pastor anglicano, pero a partir de los años setenta, su lenguaje se volvió más introspectivo y filosófico.

Sin embargo, en esta ocasión nos centramos en una línea temática que ha quedado dispersa y oculta entre sus preocupaciones metafísicas y rurales. Se trata de los poemas que, de manera más o menos explicita, fue escribiendo sobre su relación con su primera mujer. Delicados, a caballo entre la amargura y la distancia, mantienen un difícil equilibrio entre sentimiento y forma. Presentan características únicas dentro de su producción poética y, si se leen aisladamente, forman un conjunto coherente emotivo que desmiente la aspereza habitual de su poesía. No en vano se han comparado con los que escribiera Thomas Hardy después de la muerte de su mujer. 

Recogemos aquí cuatro de estos poemas, publicados en la única edición de su poesía en español, Antología poética de R. S. Thomas (Trea, 2008)

Misael Ruiz

Intercambio

Ella sale.

Yo me quedo.

Llevamos ya

tanto tiempo juntos

que no es necesario

compartir el silencio.

La vieja cama

sigue hecha

para dos: los espíritus

se acoplan lejos

de la carne triste;

adelgazan

con el tiempo y su dieta

de bilis y de hiel.

Pietà (1966)

Un matrimonio

Nos conocimos

bajo una lluvia

de trinos.

Pasaron cincuenta años,

el instante del amor

en un mundo al

servicio del tiempo.

Era joven;

la besé con los ojos

cerrados y los abrí

sobre sus arrugas.

«Ven», dijo la muerte,

y la escogió

para su último

baile. Y ella,

que en vida

todo lo había hecho

con la gracia de un ave,

abrió ahora su pico

para exhalar

un suspiro más

ligero que una pluma.

Mass for Hard Times (1992)

Juntos

Toda la vida

con ella, cara a cara,

a la hora de comer,

junto al fuego, incluso

en la extrema intimidad

del lecho. ¿Podrías haber preguntado

entonces sobre ella? Se retiraba

a su habitación y me atraía

hasta la puerta de cristal, donde

solo hallaba mi

reflejo. Incluso así

aprendí de ella. Mientras caminaba

por su orilla encontraba objetos

que arrojaba desde su interior y

que me hablaban de otro orden,

a mí que adoraba

la naturaleza indomable.

Recogía sus tesoros en el almacén

del arte: restos de antiguos

lazos, delicados como la escarcha;

porcelana de épocas

olvidadas; un monedero más valioso

de lo que pudiese contener.

Al volver de los campos

con mi ofrenda de flores

vi que su jardín

se me había anticipado poniendo

un gesto de cortesía sobre mi mesa.

«Háblame de tu vida

—le decía—, tú que fuiste

su mensajera en el parto

de nuestro hijo.» En sus ojos

brilló la vergüenza al recordar su intimidad

invadida más allá de lo que

esperaba. «¿Crees

que la muerte es el final?», le preguntaba

con frivolidad. Recuerdo

ahora la premura con que, al llegar,

hizo caer su labio inferior, mientras

que el de arriba permanecía firme,

reticente como el capullo que

precede a la flor.

Residues (2002)

Comparaciones

La comparé a todo

lo que es ligero: a un

copo de nieve, a una pluma.

Recuerdo que, mientras

bailábamos, descansaba

sobre mi brazo, como un pájaro

en el nido con miedo

a romper los huevos, con miedo

a apoyarse demasiado

sobre nuestro amor. Se funde

la nieve, el viento

se lleva las plumas;

he dejado caer

sus cenizas en mí

como un ancla.

Residues (2002)


________

RONALD STUART THOMAS  (1913–2000) fue poeta y pastor de la Iglesia anglicana en parroquias cada vez más remotas del país de Gales. Su obra poética comienza con The Stones of the Field (1946) y termina, cincuenta años más tarde, con No Truce with the Furies (1995). La heterodoxia y la falta de complacencia de su poesía produce combinaciones léxicas inusuales en sus contemporáneos. La peculiar conjunción de temas y formas que da cuerpo a sus poemas no responde a una tendencia de época, sino que nace de un punto de vista propio en el que radica su condición de poeta. Pasó los últimos años de su vida en Aberraron, al oeste de Gales, frente al santuario ornitológíco de la isla de Bardsey. En 1996 fue propuesto para el Premio Nobel de literatura. En español puede leerse en Antología poética (Trea, 2008).

MISAEL RUIZ (Bruselas, 1960) es autor de los libros de poesía La rama vacía (Animal Sospechoso, 2025), Una idea de mundo (Animal Sospechoso, 2022), Todo es real (Pretextos, 2017; premio Antonio Oliver Belmás), El hueco de las cosas (Trea, 2010).  Ha traducido y editado, entre otros, la poesía de R.S. Thomas, Catherine Pozzi, Lala Blay,  George Herbert (premio de Traducción Ángel Crespo, 2015) y George Santayana. 

Publicado el 05/08/2025                      

Exchange

She goes out.

I stay in.

Now we have been

So long together

There’s no need

To share silence;

The old bed

Remains made

For two; spirits

Mate apart

From the sad flesh,

Growing thinner

On time’s diet

Of bile and gall.

A Marriage

We met

under a shower

of bird-notes.

Fifty years passed,

love’s moment

in a world in

servitude to time.

She was young;

I kissed with my eyes

closed and opened

them on her wrinkles.

‘Come’, said death,

choosing her as his

partner for

the last dance. And she,

who in life

had done everything

with a bird’s grace,

opened her bill now

for the shedding

of one sigh no

heavier than a feather.

Together

All my life

I was face to face

with her, at meal-times,

by the fire, even

in the ultimate intimacies

of the bed. You could have asked,

then, for information

about her? There was a room

apart she kept herself in,

teasing me by leading me

to its glass door, only

to confront me with

my reflection. I learned from her

even so. Walking her shore

I found things cast up

from her depths that spoke

to me of another order,

worshipper as I was

of untamed nature. She fetched

her treasures form art’s

storehouse: pieces of old

lace, delicate as frost;

china from a forgotten

period; a purse more valuable

than anything it could contain.

Coming in from the fields

with my offering of flowers

I found her garden

had forestalled me in providing

civilities for my desk.

‘Tell me about life’,

I would say, ‘you who were

its messenger in the delivery

of our child’. Her eyes had a

fine shame, remembering her privacy

being invaded from further off than

she expected. ‘Do you think

death is the end’? frivolously

I would ask her. I recall

now the swiftness of its arrival

wrenching her lip down, and how

the upper remained firm,

reticent as the bud that is

the precursor of the flower.

Comparisons

To all light things

I compared her; to

a snowflake, a feather.

I remember she rested

at the dance on my

arm, as a bird

on its nest lest

the eggs break, lest

she lean too heavily

on our love. Snow

melts, feathers

are blown away;

I have let

her ashes down

in me like an anchor.