Laura Giordani
Los huesos livianos de los pájaros
¿Cómo no sentir el desamparo que asoma tras los vestigios poéticos de Laura Giordani, sin dejar de sentir el abrazo invisible que nos rescata de él? Puede que no haya otro punto de partida que no sea la vocación de intemperie que su escritura evoca, exponiéndonos a la fragilidad que nos atraviesa como humanos. Desamparo, entonces, no como estado final sino como condición para que un viaje hacia lo inexplorado sea posible. Un viaje que desafía la gravedad desde el canto esperanzado de un pájaro o, incluso, desde el vuelo que anuncia una infancia futura, capaz de trazar cierta inocencia ligada al ejercicio del asombro.
Si ese canto fulgurante persiste no es a pesar de las evidencias en sentido contrario sino por ellas: como desafío a los escombros del presente, pulso onírico que tensa lo real para arrancarle un consuelo que no mienta, una casa donde el temblor de la extrañeza insiste a pesar de todo. Internarse en la casa poética de Laura Giordani implica así una incursión en los restos de un derrumbe, con la promesa (siempre abierta) de otra vida: aquella que nos permite articular –en voz baja- una plegaria que no dé la espalda al dolor del mundo. Su escritura se transforma en topo que cava huecos para respirar o en cántaro que da de beber a los desesperados, entre la indigencia y el cielo, el abismo y la ternura, la pérdida y la búsqueda de un bálsamo, como si sólo en esa tensión fecunda pudieran emerger otras posibilidades humanas.
Si hay algo así como una «verdad del poema», que no pasa por una certeza oxidada sino por la interrogación incesante de la noche, entonces, quien lea a Laura Giordani reconocerá esa verdad que sacude los cimientos cotidianos. Porque su palabra poética, además de un trepidante reservorio musical, contiene lo que falta en estos tiempos: el recordatorio de la intemperie vital que la mejor poesía es capaz de nombrar para partir hacia la tierra todavía ilesa del corazón.
Arturo Borra
Primera vez
Sus noventa y siete kilos y toda
su lujuria cayeron sobre tu pubis
de nieve aún blanda.
Si hay dios, que esta noche
caiga de rodillas y llore
todo lo creado.
Porque el agua se me fuga
y yo -pura sed- soy un zahorí
que remata sus varas.
Porque las palabras regresan de un viejo abuso
y ya no tienen fuerzas para escalar los labios.
Tendré que invocar una caída
en el umbral mismo del verbo
con la fe de todas las manzanas.
Saltar muy dentro, libre
al fondo de las cosas, deshabitar
la memoria, su ciudadela
adoquinada, su lacre, los arquetipos
rotos en las esquinas
ofreciéndome su cuerpo.
Dejar de buscar advientos
en el pan de ayer, las migas con que solía
despilfarrar el hambre, sacudir las cortezas
que ya no pueden recordar su savia.
No bastará con la poesía:
habrá que tener, además
los huesos livianos de los pájaros.
[El salto]
Promiscuidad de cortezas en una cópula alta, el viento sur torciendo los nudos, lanzando las ramas en brazos del árbol más próximo.
No sé qué es este delirio savia arriba, la consunción del canto antes que los nidos sean arrastrados por la ternura más fría, más expuesta al derribo.
[Después de la tormenta,
los algarrobos todavía
estremecidos
se abandonan, juntan
sus manos, rezan.
[Sudestada]
En la cuneta, esas
palabras que nos esquivan,
en lo que no se puede
pronunciar, palpita el poema.
La epifanía en el revés
de la lengua, palabra
terminal, lugar no profanado.
Intacto.
Ella sabe entornar los postigos
para que la luz no hiera
la claridad justa:
su modo de cuidarnos.
[Esa apertura ínfima.
permite respirar
exhalar palabras.
Tu parra tamiza la tarde
y nos la devuelve llena de moscas
y uvas amoratadas contra las baldosas
tanta dulzura desperdiciada
esa fecundidad de la muertevida.
Un canto se eleva
desde las uvas rotas
sube al cielo de febrero:
canto de la curación
canto de lo que se ofrece
y disuelve el memorial del daño.
Una columna vencida
retornando a su patria.
Madre blanquísima
que se prolonga bajo tierra
para hilvanar raíces distantes:
enséñanos a resplandecer
desde la descomposición
a germinar desde el desecho.
Hifas laboriosas
vivísimas
reinaugurando sin descanso
la ascensión de la savia
[bajo nuestros pies
el milagro.
Salmo de la putrefacción
que disuelve la memoria de la helada
de la breva caída a destiempo.
Micelio madre
cielo primero
sumergido:
líbranos de todo daño.
[Plegaria del micelio]
Procedencia de los poemas: «Primera vez» (Materia oscura, 2010), «[El salto]» (Noche sin clausura, 2012), «[Sudestada]» (Antes de desaparecer, 2014), «[En la cuneta, esas]» (Antes de desparecer, 2014), «[Ella sabe entornar los postigos]» (Manca terra, 2020) y «Plegaria del micelio» (Micelio, 2025).
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LAURA GIORDANI (1964, Argentina) Escritora y poeta. Desarrolla actividades docentes e imparte talleres y seminarios en torno a la escritura poética y los procesos de creación artística. Reside en España.
Ha publicado Materia Oscura (2010, Baile del Sol), Noche sin Clausura (2012, Ediciones Amargord), Antes de desaparecer (2014, Ediciones Tigres de papel), Una lengua impropia (2014, Ediciones del 4 de Agosto, Planeta Clandestino), La infancia que nos aguarda (2016, Ejemplar Único, Colección Poética y Peatonal), Manca terra (2020, La Garúa Ediciones), Micelio (2025, Ril Editores) y las plaquettes Celebración del brote (2009, Zahorí-Poesía en minúsculas), Las varas del zahorí: poemas de la sed (2013, Fundación Inquietudes) y Monte adentro [imantaciones] (2018, Las hojas del baobab).
Sus textos han sido incluidos en diversas antologías y ha colaborado en distintas publicaciones nacionales e internacionales como Youkali, Viento Sur, Ginebra Magnolia (Perú-España), Eclipse, Nayagua, The children’s book of american bird, Shangrila Textos Aparte, Confines (Argentina), Galerna (USA) Quimera, Isla Negra (Italia), La Salamandra Ebria, Al-Nasher Al-Usboei (Arabia Saudita) y Alameda 39. Sus poemas han sido traducidos al árabe, inglés, griego y portugués.
https://es.wikipedia.org/wiki/Laura_Giordani
Publicado el 14/09/2025