Cristina Carneiro

Para simplificar

Persona mirando a través de una ventana con rejas, en una fotografía en blanco y negro.

Cristina Carneiro nació en Montevideo en octubre de 1948. En 1967 publicó Zafarrancho solo (reeditado en 1969 y 2010) y, en 1975, Libro de Imprecaciones. En la década de 1070 vivió unos años en Luanda (Angola) y Nueva York, y en 1980 se trasladó a Londres, donde trabajó durante 30 años como traductora especializada en derechos humanos para la sede mundial de Amnistía Internacional. Para simplificar (Yaugurú, 2019), además de poemas de los años setenta, recoge algunos textos de las décadas siguientes –recaídas esporádicas en la poesía, de todas las cuales se recuperó–. Dado que, a su entender, no tenía mucho para decir y lo que tenía era de poca monta, le pareció mejor tratar de ser útil en este mundo de otras maneras más tangibles. Y desde entonces siguió dejando de escribir.

Augusto Wojciechowski

La casa de carne

Abajo donde no llega el viento a las banderas

Los soldados conocen sus propias fuerzas.

Allá.

Abajo.

Clavada

A sus pies

Abajo ella se peina en la veloz contemplación a la que nos tiene acostumbrados.

Detrás de su pelo hay un recinto de fosfatos consumiéndose en la inmovilidad

entre sombreros y

parece mentira que de ahí salgan sus mentiras para contemporizar con el tiempo.

Ella

Empuñadora de su peine

Claveteada a una espesa herradura de fijísimos destellos

Cada noche canta su cola de pescado

y del otro lado de la línea su cara de pescado

Escucha a su cola

Rodeada por una murga de calaveras apasionadas

Bajo la rabiosa luz de la noche.

No se figurarán

Heridos por sus humores

Que tiene libertad de viaje por la imagen de sí que le ofrecemos.

Abajo

Acá

Pediremos al viento

sus treguas blandas.

Oh puro retrato de sí misma.

Oh territorio donde siguen creciendo el pelo y las uñas

Y el bautizado

Y el que bautiza.

O sea que si dice tener un cuerpo es para empalmar a solas con el Destino, hijo

     del Caos y de la Noche.

Refutación IV

Al verlo me llené de admiración.

Como todos negó a su madre al nacer

Y alegre crece espantando fieras,

Bien que incomodado por ellas.

Entono mi alabanza:

                              es, como todos, mortal.

Los que crecen espantando fieras

bien que abrazados a ellas

Los incomodados por fieras

los afiebrados

Los que a duras penas

Los apasionados

que miran fijo durante años un mismo punto

que miran un punto fijamente hasta que muere

Los perrillos.

Las avecillas.

Los perros del destierro

Yo que me violentizo,

tú que me ablandizas.

Yo porque estoy en otra parte,

tú porque es lo lógico nel mezzo del cammin.

Yo que cada noche me despierto más callada,

tú que estás hecho un mandarín.

Bueno, bueno:

cuando el olmo dé peras

ya tendré yo la obligación moral de encontrar mi voz.

Pero entretanto

pero por ejemplo sobre el Támesis con sus bordes de rosas dispépticas y ciervos

     republicanos

yo que fui la novia de Frankestein

cada día apesto mas a esposa de Cristo

correteo

me trepo a cajas de cartón:

                                         hay en este mundo

perros entrenados para violar mujeres

                        (no me creen)

para defender la Patria

                              mujeres preñadas

                                    (no creen)

                              la Patria amenazada por enemigos de adentro

Mientras la Vaca Europa regurgita su festín de hierba

tejo historias donde perros carniceros

                                          (no, no)

donde ríos anchos como mar

No sé, tal vez tan solo me violentizo porque mi estómago ya no tolera desarreglos

y porque los perros babosos de América Latina circulan por mis sueños

Abarrotando el paisaje con detalles superfluos

La realidad, como cualquiera lo sabe,

no tiene por qué tener sentido: las cosas, sencillamente,

ocurren.

Esa verdad a la que nos referimos

al decir que algo es más raro que la ficción

es un baldío lleno de basura aleatoria.

De hecho uno podría, con un pequeño esfuerzo,

uno

tal vez podría hasta inventarla.

Hace mucho, mucho tiempo

Hace mucho, mucho tiempo

cuando yo era una persona más buena,

miraba las lindas luces del cielo

y pensaba:

La noche no es nada.

Lo peor es el largo, largo día.

Si no me creen, pregúntenle a Stella Olivera.

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CRISTINA CARNEIRO (Montevideo, 1948-2018) fue poeta y traductora especializada en derechos humanos en Angola, Nueva York, París y Londres. Publicó tres libros de poemas: Zafarancho solo (1967), Libro de Imprecaciones (1975) y Para simplificar (Yaugurú, 2019).

Publicado el 11/08/2024