Nilton Santiago

Miel para la boca del asno

©Caroline Vogel

En Miel para la boca del asno (Visor libros, 2023) Nilton Santiago estrena una renovada modulación, más pausada y compleja. Su poesía (…) muerde como el asno del título cervantino («el que ve gigantes en los ventiladores… el que se ducha con un paraguas»). En este libro, las palabras aparecen como las «costuras del silencio». El poema habla sin poeta (…) a través de los personajes, de los antepasados, en un juego de espejos continuo (…) El yo se esconde, vuelve a la dimensión de Montale, se hace sepia, «que, para ver, vive expulsando tinta».

Alberto Pellegatta

El puente de los perros suicidas

Tiene gracia que el suicidio de las aves cuvivíes

atraiga cada vez más turistas a Ozogoche.

«En un pueblo del oeste de Escocia llamado Milton

existe un misterioso puente

al que los perros van a suicidarse», dice el artículo.

¿Existe el suicidio en animales?

Mi exsuegra, Leles, lo sabía

y dormía de pie, como una utopía.

Un día lluvioso la encontraron tumbada sobre la acera

con las alas atadas.

(En casa, su soledad quedó reducida

a un resplandor de plumas blancas).

Duque, el perro de mi abuelo Hermenegildo,

también tenía plumas blancas.

Una noche se tragó a una serpiente venenosa

que atacó a mi abuelo

y se convirtió en lo que ahora soy:

el que busca huellas.

Quizá por ello mi corazón es un país que migra.

(Como un ave cuviví suicida).

Sé que Duque murió sabiendo que sería yo,

como yo sé que moriré lejos de mí:

envuelto entre acertijos y glaucomas.

Ese día volveré a ser Duque, el perro

que murió por mi abuelo Hermenegildo

para salvarnos.

¿No será el infinito un instante que persiste?

Algunos hombres en realidad son pájaros que alguna vez fueron hombres

Hay un vecino que saca la basura de madrugada.

No me despierto por el ruido de sus pasos,

sino por el peso de su vacío

(que hace rechinar el falso parqué de haya).

Antes de salir, arrastra la bolsa de basura,

como a veces otros arrastran lo que ya no somos.

Baja las escaleras, tambaleante, como un pingüino ciego.

Los restos de pescado empiezan a descomponerse en la bolsa.

Los vecinos lo sabemos,

como sabemos cómo huele la ausencia

(o la comida precocinada del supermercado).

Los gatos callejeros lo conocen mejor

que la funcionaria de los servicios sociales,

así que lo dejan acercarse.

Me levanto, tengo ganas de clavarle una estrella en el corazón.

Abro la ventana y veo que intenta meterse a sí mismo

en el contenedor.

No puede. Sus alas quedan atoradas. Gime.

Le grito algo como «¡Deje ya de jodernos la vida!».

De pronto levanta la mirada, sorprendido,

me señala la estrella que tengo clavada en el corazón

y se marcha alzando el vuelo.

Era eso que estoy a punto de ser, buscándome.

Borrar huellas

Se dice que una gota de sangre tarda

Sesenta segundos en recorrer el organismo y llegar al corazón.

Sesenta segundos para borrar huellas o para dejarlas.

Sesenta segundos en los que el ratón es engullido por la serpiente

tras adoptar la forma de la mandíbula dislocada.

¿Puede que el que ya no está,

ni en el aire ni bajo tierra,

viva en nosotros como en un yo disuelto?

Diría que mi abuela vive en mí, oculta.

A veces siento cómo florece su ojo morado

o me queman en las manos

las salpicaduras de la ardiente manteca de cerdo.

Deben de ser tonterías mías

o puede que el que ya no está

intente usarnos para borrar sus huellas.

Sólo recuerdo cosas que nunca he visto,

ojos morados, quemaduras,

buganvilias brotando entre las costillas rotas.

Memoria genética la llaman.

¿Heredará la cría el temor del ratón engullido?

Inventario de pájaros rotos

Akutagawa se suicidó con una sobredosis de barbital,

aunque el ruiseñor que aleteaba bajo sus párpados

aún vive.

A Nerval se le veía pasear a una langosta

con una cinta azul.

Su cuerpo fue encontrado colgado de una farola.

José A. Silva se disparó una rosa de azufre

tras desayunar unas sardinas con crema de afeitar.

Antes del fusilamiento de su marido y al ver a su hija

llorando flores en un campo de concentración,

Tsvietáieva se ahorcó con una orquídea.

La bala que mató a Maiakovski aún le da vueltas a la tierra.

Sylvia Plath metió la cabeza en el microondas

para sacarla debajo del agua.

De Anne Sexton no quedan ni sus huesos:

si alguien abre su tumba

verá que está llena de pompas de jabón.

Celan se arrojó al Sena tras descubrir que era un poeta

y no una salamandra melancólica.

Watanabe fue enterrado con todo y alma

bajo un algarrobo.

                           No se suicidó,

pero el caimán asustado que dormía a su lado

                                              hoy duerme conmigo.

Ahora entiendo por qué Dios

ha desmentido estar en todas partes.

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NILTON SANTIAGO (Lima, Perú, 1979). Sus últimos libros son El equipaje del ángel (Visor 2014), Las musas se han ido de copas (Visor 2015), Historia universal del etcétera (Valparaíso 2019) y Miel para la boca del asno (Visor 2023). Su obra ha merecido, entre otros, el Premio Tiflos de Poesía, el Premio Casa de América, el Premio Internacional de Poesía Vicente Huidobro y el Premio de Poesía Emilio Alarcos del Principado de Asturias.

Publicado el 16/02/2025