Octavio Paz o la lucidez que parpadea

Nicanor Vélez

A propósito de Octavio Paz y Nicanor Vélez

¿Qué mejor regalo para el lector y para la lengua que nos cobija que la lección póstuma de quien afirmaba que «la verdad de la poesía está en su interior y no en la biografía del poeta» y que por ello «hay que entender la búsqueda de la disolución del yo del poeta, en donde el yo sea indisolublemente un nosotros [porque] no hay, otro camino que la creación del lugar del canto que postula Valente. La verdad de la poesía reside en sí misma y no en mi experiencia personal». De hecho, «lo difícil en Nicanor Vélez, es que no es posible separar al poeta, del ensayista, del editor: una manera, la suya, demasiado intrincada, tal vez, de hacer coincidir vida y poesía a través de los “días que uno tras otro son la vida”», como solía decir, citando las palabras de Aurelio Arturo.

Una muestra de ese carácter cotidiano de la poesía es la carta que Octavio Paz le escribe a Nicanor Vélez el 6 de marzo de 1994, a propósito de una de las últimas correcciones de tres versos de la estrofa 30 del poema «Piedra de sol» (la estrofa que comienza con «no pasa nada, callas, parpadeas»):

Querido Nicanor:

La gestación poética es, a un tiempo, lenta y rápida, contradictoria y definitiva. A ti te ha tocado la dudosa fortuna de ser testigo de una de ellas… Los tres versos no me dejan. Encontré en las dos versiones que te he enviado repeticiones de palabras y de ideas. En la primera: estertor; en la segunda: mirada. Se me ha ocurrido otra versión. Será, ahora sí, la definitiva no solo porque me parece mejor que las anteriores sino porque ya no habrá posibilidad de cambiarla:

                    el animal que muere y que lo sabe

                    saber común, inútil, ruido obscuro

                    de la piedra que cae, el sol monótono.

El saber que vamos a morir es universal, común a todos los seres vivos. Lo comparten con nosotros la mayoría de las especies animales. Quizá todas. […] Perdón por esta disquisición para justificar tres líneas de un poema. ¿No habíamos quedado en que la poesía no necesita ni justificaciones ni explicaciones?

La cualidad intrínseca de Nicanor Vélez consistía en saber leer; editar poesía –dejando de lado la tarea titánica de haber publicado más de ciento cincuenta volúmenes, muchos de ellos de obras completas– es acaso la mayor manifestación de ese saber que termina siendo una forma de observar, desentrañar y comprender los mil bosques contenidos en la bellota del mundo. Es decir, escudriñar la dimensión trascendente de la obra de los grandes autores para aprender, para dar testimonio de los raros momentos de lucidez y entendimiento adentrándose en la poesía de quienes se han entregado con intensidad a esta última.

Sea éste el testimonio de una amistad y del fervor de un aprendiz por su innegable maestro.

Juan Pablo Roa

Publicamos el ensayo sobre Octavio Paz publicado en Materia de palabras y silencios de Nicanor Vélez publicado en la editorial Animal Sospechoso (Barcelona, 2025).

Materia de palabras y silencios es el testimonio de su trabajo como editor donde recoge sus ensayos más importantes en torno a poetas y a temas como el poema extenso y las relaciones entre poesía y pensamiento. En el libro aborda, entre otros, la obra de Octavio Paz, de quien publicó sus obras completas para Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg (1989), la colección de poesía que dirigida por Nicanor Vélez se ha convertido en un punto de referencia en el orbe hispano.

Octavio Paz o la lucidez que parpadea

Para Marie-José Paz

En el Eróstratos de Pessoa podemos leer la siguiente afirmación: «La verdadera novedad que permanece es la que ha retomado todos los hilos de la tradición y los ha tejido de nuevo según un modelo que la tradición no pudo producir». Y en el prólogo a La casa de la presencia, primer volumen de sus obras completas, siguiendo el hilo de sus reflexiones anteriores, Paz plantea la tradición de la poesía moderna como «una tradición de rupturas sucesivas» en las que podemos detectar un doble movimiento: «ruptura con la tradición prevaleciente e invención de otra tradición». Bajo el prisma de esta idea, podemos entender mejor por qué Paz insistió en que la tradición más que una herencia es una conquista. La compleja relación entre modernidad y tradición es un tema que se ha puesto de moda, pero no podemos olvidar que Paz fue uno de los primeros en llamar la atención sobre este asunto. La tradición deja de ser un tema teñido de añoranza y pasa a ser un tema múltiple y complejo, en el que la novedad se enfrenta con la tradición para tejer un universo nuevo al que terminamos por llamar modernidad: un universo que se recupera, se renueva y a la vez se inventa.

En Paz hay una clara conciencia de sentirse en la historia, y es esta conciencia la que hizo de él un hombre que vivió la modernidad y las vanguardias con gran intensidad y profundamente sumergido en las aguas de la tradición: múltiple, en el tiempo y en la diversidad de espacios y culturas. Esto es lo que hace que su modernidad se convierta en un punto de convergencia donde se cruzan diversas tradiciones, de Oriente y Occidente, que a su vez son el resultado de múltiples rupturas. Este cruce de relaciones es el que crea su firme conciencia de sentirse en la historia. (Borges creía junto con Schopenhauer que cualquier hombre es todos los hombres y que cuando leemos a Shakespeare somos Shakespeare. Todo verdadero lector pone en movimiento la obra y a la vez la re-crea. En esta simple, pero nada modesta idea, anudaba la tradición y la ruptura, es decir, el principio de toda tradición de la ruptura.) Lo importante e interesante de esta lectura es que la tradición en este siglo se lee y se interpreta te-¡niendo como fundamento uno de los elementos más importantes de la modernidad: la crítica.

Si la reflexión es consustancial a toda la obra de Paz, la crítica es el elemento relevante de su modernidad. Sin crítica no hay modernidad. Es este mismo hilo conductor, por ejemplo, el que lo conduce a Quevedo para encontrar en Lágrimas de un penitente «el único poema moderno de la literatura española hasta Rubén Darío. Hay, sí, otros poemas mejores en nuestra lengua –dice Paz– [...], pero en ninguno alienta esta nota, que anticipa a Baudelaire y que consiste en saberse en el mal, verdadera y gozosa conciencia del mal». Para el poeta mexicano, esta conciencia de sentirse en el mal, conciencia de la caída, que es a su vez conciencia de sí mismo, es lo que hace de Quevedo un poeta verdaderamente sorprendente y contemporáneo. De Quevedo a Baudelaire, y con éste estamos en el umbral de la modernidad.

No es necesario haber frecuentado exhaustivamente todos los senderos, caminos, laberintos de su poesía y de su prosa para darnos cuenta de que en Paz hay una necesidad, casi física, de verbalizar el mundo. Y verbalizar es una de las formas de aprehender lo que vemos, percibimos o, mejor, vivimos: intento por explicar –explicarnos– aquello que desconocemos. Pero lo que desconocemos tiene varios rostros o, por lo menos, hay varios caminos para llegar al rostro oculto que refleja la ambigua diversidad de los espejos; y entre esos caminos están la verbalización del mundo a través de la creación poética y la verbalización del mundo a través de la prosa en donde se funden la crítica, el análisis y la intuición. Paz, de manera ejemplar, toma el rumbo de los dos caminos.

Pocos hombres en la historia de la poesía han creado, como Octavio Paz, un circuito de vasos comunicantes entre creación y reflexión. En sus ensayos, dice él, quiso «dilucidar [...] la naturaleza y la función de la poesía en las sociedades». La poesía se funde en el cuerpo de la crítica y la creación emana de las aristas abiertas de su pensamiento. Si queremos entender plenamente su poesía, no podemos perder de vista en ningún momento sus ensayos sobre arte y literatura. Muchas de las líneas que ha dedicado a la reflexión son un intento por explicarse y explicarnos la dinámica de su creación: de la reflexión a la creación y de la creación a la reflexión.

En sus ensayos sobre poesía y arte, muchas veces, lo importante no es tanto la idea conceptual que desarrolla, sino la forma como nos hace participar de sus propias sensaciones. Hay aciertos y encuentros en su prosa que sólo desde la poesía y a través de un lenguaje poético se podían producir. En este sentido, Paz es un caso ejemplar dentro de la crítica que se formula sin abandonar nunca el territorio de la creación poética. Su voz se cristaliza para convertirse en testigo de la poesía y de su tiempo.

Gracias a la reflexión en torno a la relación entre creación y reflexión sobre poesía, Paz lleva a cabo uno de los intentos más sólidos y coherentes del siglo xx por crear una poética. Heredero de Horacio, Calímaco y Filomeno, incluso del japonés Zeami Motokiyo (fundador del teatro no), pero más directamente de Dante y los poetas románticos (Hölderlin, Novalis y Wordsworth), Whitman, Poe, Victor Hugo, Baudelaire, Mallarmé, Valéry, Eliot y Breton, que abren la brecha a la reflexión moderna sobre la poesía; Paz escribe tres libros dedicados exclusivamente a la reflexión sobre la poesía, la naturaleza de la vocación poética y su función en la sociedad: El arco y la lira, Los hijos del limo y La otra voz, que reúne, junto con «La nueva analogía», «Recapitulaciones» y «Entre Uno y Muchos», en el primer volumen de sus obras completas: La casa de la presencia, título que, por otra parte, define perfectamente a «esa antigüedad sin fechas» que llamamos poesía.

Si antes he aludido a su conciencia de sentirse en la historia, es necesario, aunque sea de forma muy somera, hacer referencia a su conciencia de la diversidad, ya que ésta es un referente importante en su obra como pensador, y que influirá en su creación de manera notable. Uno de los temas más persistentes en sus ensayos sobre antropología e historia de las ideas es el concepto del otro. Hay cinco momentos, al menos desde la superficie, que marcan esta toma de conciencia. El primero es su viaje a los cinco o seis años a Los Ángeles con su madre, para reencontrarse con su padre que estaba refugiado allí; por primera vez siente el choque de la diferencia, acentuada por el idioma, con sus compañeros. En 1936, segundo momento, deja la ciudad de México y viaja a la península de Yucatán, en donde se le revela o mejor se le impone la gran diversidad de México y se le derrumban las certezas de los centralismos: el otro se presenta como una realidad tangible. En 1937, tercer momento, viaja a España al ii Congreso de Intelectuales Antifascistas; en España ‒dice‒ «encontré la otra parte de mi herencia». En París, en 1937, tiene su primer contacto con los surrealistas que se intensificará con su segundo viaje en 1945. La relación de Octavio Paz con el surrealismo fue compleja. Fue una revelación, una lección moral y una forma de ver y de vivir la creación literaria con respecto a la vida misma. No siguió nunca los preceptos de la escritura automática, pero siguió su lección moral y, en cierta forma, descubrió con ellos los laberintos del inconsciente y aprendió a dudar de las trampas de las ortodoxias imperantes. El surrealismo es la puerta que le abre el camino hacia el Oriente. Los surrealistas eran, para Paz, una especie de «adeptos de una comunidad de iniciados dispersos por el mundo y empeñados en una búsqueda antiquísima: encontrar el perdido camino que une al microcosmos con el macrocosmos. Eran los herederos del romanticismo pero también de los gnósticos del siglo iv». Para Paz, «el surrealismo fue la gran y última ruptura. Todo lo que ha venido después han sido combinaciones y recreaciones». El cuarto momento fue su primer viaje al Oriente, en 1951, donde descubre sus filosofías y sus literaturas (japonesas, chinas e indias). Pero es su estadía en la India como embajador la que le permite asimilar la cultura oriental. A partir de esta temporada en la India (1962-1968), el Oriente entrará definitivamente no sólo en su poesía sino en muchos apartados de su pensamiento. El Oriente se convierte en un punto de referencia a partir del cual ya no se puede pensar bajo un mismo prisma (el de Occidente). Los dogmas se diluyen, y los interrogantes se bifurcan y se multiplican. Con el estudio del budismo aprendió, como él dice, «a desconfiar un poco del yo y sus espejismos».

A partir de aquí, la conciencia de la historia es inseparable de la conciencia de la diversidad y de su visión de lo particular que pasa siempre por el filtro de lo universal. Y en este sentido podemos ver a Paz, no sólo como heredero sino también como alguien que superó a su maestro y amigo, Alfonso Reyes, que decía: «Seamos generosamente universales para ser provechosamente nacionales». En esa compleja relación de Paz con lo particular y lo universal, el elemento clave es lo que él llama punto de convergencia: Unión, comunión, diálogo, conjunción y disyunción (cuerpo/no-cuerpo, prosa/poesía, juicio/gusto, Oriente/Occidente, tradición/modernidad,  pasión/crítica).

La curiosidad es el motor que genera todos estos deslumbramientos pero, sin asombro, la curiosidad no sería más que un dato o una cifra. El asombro es el origen de la poesía, pero también de la reflexión y de la crítica. Para descubrir hay que sentir primero el ramalazo del asombro. Y si este asombro pasa por el filtro de la lucidez, logramos el ideal del creador que sabe con certeza que la obra que se perpetúa es aquella que se rige por el precepto de que «la pasión ha de ser lúcida».

Prácticamente todos los ensayos de Octavio Paz tienen algo de autobiográfico. Cada ensayo es, a su vez, testimonio, crónica, confesión y reflexión. Hay quienes se lamentan de que Octavio Paz no hubiese escrito sus memorias. Hubiese sido práctico para el lector normal, pero no necesario. Quien lea gran parte de sus textos se dará cuenta de que a lo largo de sus ensayos tenemos algo más que el simple trazo de sus memorias (al menos literarias), que el lector informado podría acabar de completar con sus entrevistas. Si alguien se tomase el trabajo de ir sacando apartados, obtendría un libro de memorias coherente; los prólogos a sus obras completas, textos como «Laurel y nosotros», libros como Vislumbres de la India, entrevistas como las de Julián Ríos, McAdams o Rita Guibert serían más que suficientes para ir tejiendo el entramado de sus memorias. Cada texto sobre sus poetas amigos contiene un dato, un episodio o un fragmento de lo que podríamos llamar la materia de la vida. Y quien descrea, con razón, de las biografías al uso, podría hacer una lectura más provechosa a través de sus poemas que «aunque no son un diario –dice él– son las huellas y, quizá, la crónica de mis días».

En sus poemas hay tres elementos esenciales: el amor (que incluye, por supuesto, el erotismo), la reflexión sobre la lengua (que incluye el silencio) y el conocimiento (que es, a su vez, tema, medio y fin). Digamos que su poesía es un mundo de transfiguraciones, de puentes que se abren y se cierran. A su vez, podríamos decir, como correlato, que hay tres formas de abordar su mundo: su visión frente al lenguaje mismo, su visión frente a la literatura como acto y hecho creativo de los hombres y su visión frente a la historia, la realidad política y, más concretamente, frente a «los días que uno tras otro son la vida».

Paz cultivó con gran maestría tanto el poema extenso como el breve. Sus poemas extensos no sólo son ejemplares en el contexto de la poesía contemporánea, sino que también representan en sí mismos las grandes directrices de la poesía de nuestro tiempo. Toda la poesía de Paz, como señala Gimferrer, desde «Piedra de sol» y, particularmente, desde Blanco, es una obra de síntesis. Voz de la poesía y voz del poeta. En esta obra de síntesis toma verdadera importancia, por una parte, el movimiento y, por otra, el espacio y el silencio en el poema. El movimiento tiene una presencia relevante desde sus primeros versos; en un soneto de 1935 dice: «Inmóvil en la luz, pero danzante / tu movimiento a la quietud que cría / en la cima del vértigo se alía / deteniendo, no al vuelo, sí al instante». No olvidemos tampoco aquel verso de «Piedra de sol» que dice, como si de un derviche se tratase: «Un árbol bien plantado mas danzante».

Guillermo Sucre, con respecto al movimiento en la obra de Paz, decía: «Si hay un movimiento que trascienda al tiempo, ése sería el de Paz. En efecto el suyo supone la sucesión, pero no padeciéndola. Es un movimiento estático: su movilidad continua lo inmoviliza». Por otra parte, Armand, cuando habla del I King como «recurso» de Octavio Paz, dice: «El I King, aquí, es un capítulo de la literatura simbolista francesa: resume la mallarmeana poética del azar. El dinamismo de la poesía de Paz se debe pues al esfuerzo por captar lo cambiante, que incluye al cuerpo “pues la realidad del cuerpo –hemos leído en Conjunciones y disyunciones– es una imagen en movimiento fijada por el deseo”».

La voluntad de Octavio Paz de incorporar el espacio y el silencio en el poema es verdaderamente notoria a partir de Salamandra (1958-1961). Todos estos elementos se conjugarán con maestría en Blanco. Cuando en el poema entran los silencios, éstos se convierten en espacios que dicen tanto como los espacios cubiertos por un verso. «Como en el haiku se dirá tanto o más en lo que se calla que en lo que se escribe.» El «eterno traductor» de Blanco, Eliot Weinberger, dice que «Blanco es, en muchos sentidos, el poema más inaccesible de Paz, pero también es una catedral en la cual podría entrar súbitamente una paloma»; pregunto yo: ¿por la ventana del silencio?

Otro aspecto que debemos tener en cuenta en la poesía de Paz, y sobre todo en Ladera este y Blanco, es la relación entre opuestos. En su poesía entran desde muy temprano, pero los cristaliza a través del surrealismo y los domina con genio cuando los pasa por el filtro de Oriente.

Gran parte de la poesía de Paz es una lucha contra las certezas del yo y sus espejismos. Lucha contra la disolución de la unidad, contra la disyunción de los contrarios y búsqueda de las conjunciones y las convergencias. Búsqueda del punto inmóvil de la danza: búsqueda de la «danza congelada» fijada por el instante de la poesía.

La poesía es una forma de descubrir y conocer el mundo, de ahí la renovación constante de su poesía. La negación a cualquier sistema cerrado, a cualquier dogma, a cualquier creencia. «Una de las funciones cardinales de la poesía –dice en Los hijos del limo– es mostrarnos el otro lado de las cosas, lo maravilloso cotidiano: no la realidad, sino la prodigiosa realidad del mundo. Pero la religión y sus burocracias de sacerdotes y teólogos se apoderan de todas esas visiones, transforman las ima-ginaciones en creencias y las creencias en sistemas.»

La poesía es una forma de conocimiento que no excluye, entre sus múltiples caminos, el pequeño sendero de lo lúdico y la experimentación; conocimiento y experimentación son inseparables, pero la experimentación en poesía, al estar cargada de pasión, es aventura: incursión en el vientre de lo desconocido; de ahí que «el juego colinde siempre con lo sagrado y a menudo, con una de sus formas más extremas y terribles: el sacrificio». Sin embargo, en Paz, aquí se abren, se bifurcan y se cruzan otras vías y caminos que tienen que ver con las formas, los alientos y los giros: métrica, poemas extensos y poemas breves, poemas en prosa, poemas visuales, caligramas, etcétera.

Con Paz aprendimos, por una parte, a detectar las trampas del paradise now y, por otra, que todos los paraísos terminan en el vientre del infierno. Posiblemente el tiempo le dará la razón cuando afirmaba a Elena Poniatowska que «quizá el gran fenómeno del siglo xx no sea la física nuclear, ni el comunismo, ni Fidel Castro sino la liberación de la mujer»; aunque maticemos: el origen de la liberación de la mujer. Como Nargarjuna, su mayor ambición –y en algunos aspectos lo logró, y eso ya es bastante– no era «salvar a los demás ni salvarse a sí mismo, sino fundirse a la verdad», o en términos más occidentales, creer, con M. Teste, que lo «importante no es encontrar, sino hacer nuestro lo que hemos encontrado».

A nadie, a pesar de todo el desgaste al que nos obliga el uso cotidiano de todo diccionario, se le puede aplicar con tanta precisión la palabra lucidez. Pero su lucidez es una lucidez que parpadea, porque cuando se piensa en libertad, la luz nos encandila por instantes, se recorre el camino en brazos de la duda y comprendemos con certeza –es nuestra única certeza– que la claridad total no existe nunca.

Barcelona, 18 de mayo de 1998

NICANOR VÉLEZ (Medellín, 1959 - Barcelona, 2011), llegó a París, en 1981, donde se graduó y especializó en lingüística en la Escuela de Altos Estudios. José Manuel Blecua le ofreció trabajar como corrector en la editorial Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg (1989), donde desarrolló su carrera como editor y creó la colección de poesía que se ha convertido en un punto de referencia en el orbe hispano.  Editó las obras completas de Octavio Paz, Borges, García Lorca, Neruda, Cortázar, Valente, Nerval, Rubén Darío y Jaime Gil de Biedma, entre otros.

Ha publicado los libros de poesía La memoria del tacto (2002 y 2007), La luz que parpadea (2004), La vida que respira  (2011) y de la antología Huellas (2008, libro de artista con imágenes de Vicente Rojo y una selección de sus poemas). Materia de palabras y silencios (Animal Sospechoso, 2025) es la publicación póstuma de su trabajo como editor y creador donde recoge sus ensayos más importantes en torno a poetas y a temas como el poema extenso y las relaciones entre poesía y pensamiento. En el libro aborda la obra de José Asunción Silva, Pablo Neruda, Octavio Paz, Gonzalo Rojas, José Ángel Valente, Juan Ramón Jiménez, Eduardo Milán, Giovanni Quessep.